18 de diciembre de 2008

El cambio

El 16 de diciembre 2008 Michael Rowan publicó en El Universal un excelente llamado nacional titulado "La necesidad de cambio". Endoso cada palabra de ese artículo. Por favor, léanlo.
¿Quién no quiere cambios en Venezuela? Aparte de algunos malditos sádicos gozones que saben que cualquier cambio les menguaría su capacidad para abusar, todos los quieren. Eso es tan así que hasta quien lleva detentado durante ya toda una década los instrumentos supuestamente necesarios para cambiar al país, no hace sino seguir hablando sobre la necesidad de cambios, como si fuese su primer día de preescolar.
No obstante, como lo dice Rowan y como lo hemos venido sosteniendo algunos otros, cualquier cambio, para que sea provechoso y duradero, requiere estar basado en un cambio de la estructura de la sociedad y no sólo en un cambio de gobierno. Con el quita-ese-tuyo-para-poner-este-mío-quien-creo-mejor jamás podemos lograr los cambios necesarios deseados.
¿Cómo hacemos? Buscando poner al Estado al servicio nuestro en lugar de nosotros tener que estar al servicio del Estado.
¿Y cómo logramos eso? Evitando que el usufructuario del Estado se alimente con los recursos naturales del país haciéndose rico sin necesidad de recurrir al ciudadano.
¿Ah pero si con la caída de los precios del petróleo ya el Estado no es rico? Quizás sea así, una vez que raspe la olla, temporalmente, pero eso no implica que debamos dejar abierta la puerta para que otro futuro usufructuario del Estado pueda volver a montarse encima de nosotros.
¿Que se nos vuelva a montar encima? ¿No está montado? ¡No! Se encuentra en plena caída y por lo cual hay que cuidarse de las patadas de desesperado que pueda lanzar.
¿Pero no significa esto que uno de los cambios que se debe lograr es que el ciudadano acepte su responsabilidad como ciudadano sin poder refugiarse más en la comodidad del súbdito? Pues sí y eso no es tarea fácil en un país donde intelectuales, profesores, comunicadores y todos los demás que se jactan con aspiraciones de élites, ni siquiera se atreven a debatir el tema sobre quién debe sembrar las resultas petroleras, el Estado o el ciudadano. Lamentablemente, entre élites fofas o focas, nos bandeamos.
Nuestra próxima oportunidad democrática para propulsar los cambios necesarios será con las elecciones para la Asamblea Nacional, las cuales se me antojan más cercanas a lo que originalmente estaría planteado. A esa Asamblea hay que enviar asambleístas que compartan con los ciudadanos la necesidad de limitar los poderes del regente, no de expandirlos, ni mucho menos de alargarlos.