El debate económico ha sido secuestrado por quienes nos quieren ver como otra Cuba o por quienes más bien tienen a Puerto Rico en mente… ¡Estoy harto de sus propuestas talibánicas! Un verdadero pacto de gobernabilidad debería comenzar por sacar momentáneamente del tapete aquellos asuntos conflictivos sobre los que no podemos perder más tiempo discutiendo, tales como:
Privatización de PDVSA. Para la defensa de nuestros intereses petroleros, en las actuales circunstancias no existe otra alternativa lógica que la de ser miembro de la OPEP, lo que obliga a que PDVSA sea 100% del Estado.
Servicios públicos. Buscando vender bien caro los monopolios eléctricos a empresas extranjeras, hipotecando así nuestro futuro con tarifas innecesariamente altas, nunca desarrollaremos otras alternativas, que las hay.
Fondos de pensiones privados. Mientras no existan en el país instrumentos financieros, que permitan colocaciones prudentes a largo plazo, la discusión del tema es irrelevante.
Ley de tierras. Mientras el Estado sea el principal latifundista, propietario de todas las tierras que quiera repartir y no existan condiciones para que las actividades económicas a desarrollarse en tales tierras sean rentables, todo el bla bla bla de expropiar tierras privadas, es ridículo, dañino e inmoral.
Impuestos. Por cada impuesto regresivo que se implemente sólo por su facilidad de cobro, más alejados quedan los impuestos redistributivos, que el país sí necesita.
No obstante, por la precaria situación de nuestro país, puede que necesitemos de medidas extremas, pero el único extremismo válido aceptable es el que coloque a Venezuela de primero… Un buen comienzo sería con la reafirmación de nuestra realidad petrolera, defendiéndola con orgullo. A cuyo fin, me atrevo a sugerir algunos gritos de guerra:
Mientras la demanda por el petróleo sea desplazada artificialmente por la de otras fuentes energéticas, a causa de un neo proteccionismo ambiental o fiscal, que afecte sólo al productor petrolero, Venezuela no tiene por qué respetar convenios comerciales. El trato tan poco equitativo que recibimos se evidencia cuando observamos cómo en Europa se cobra un impuesto ad valorem al petróleo superior al 400%, que no sólo disminuye su demanda, sino que tales ingresos se destinan a subsidiar al carbón y hasta al maíz, que convertido en etanol y exportado a los Estados Unidos, donde bajo el amparo de cuestionables normas ambientales desplaza al petróleo.
Venezuela recibe sus divisas exportando petróleo, un bien que se vende por sí solo, de acuerdo a su precio e independientemente de cualquier acuerdo comercial, llámese ALCA u otro. En tal sentido, y antes de permitir a los extranjeros el acceso al jugoso mercado venezolano de la recirculación de petrodólares, no deberíamos conformarnos con que nos compren petróleo, deberíamos pedir otra contraprestación, tal como la generación de empleos.
Pienso que quizás un Credo Petrolero sea justo el ingrediente que nos falta para formular esa pegaloca que tanto necesitamos como Nación… ¿qué perdemos tratando?
El Universal, Caracas, 9 de mayo de 2002