3 de febrero de 1998

El Rentismo: Un modelo viable para Venezuela

En la revista Debates IESA Vol.3 No.3 Ene.-Mar. 1998 escribí lo siguiente:
Per Kurowski E. Parece existir una contradicción entre lo que el país necesita y lo que se le receta. ¿De dónde surge esa contradicción? ¿Cuál misterioso proceso conduce a los venezolanos a negar sus realidades más evidentes? ¿Cuáles serían las consecuencias de adoptar un modelo rentista en Venezuela? Es necesario iniciar cuanto antes un debate sobre este tema y romper con esquemas mentales que impiden su comprensión.

El rentismo: Un modelo viable para Venezuela
Cualquier consultor financiero, a quien se le solicite una opinión sobre modelos de desarrollo factibles y convenientes para Venezuela, sugerirá probablemente un modelo que maximice los beneficios derivados de la posesión de una renta internacional -como es la derivada del petróleo- y minimice los perjuicios que pudiera ocasionar el flujo de actividad asociado con su explotación. A menos que el país decida mantener el petróleo en el subsuelo, el experto recomendará un modelo de incuestionable carácter rentístico. Seguramente le resultará extraño que en Venezuela se insista con tanta frecuencia abandonar lo que se denomina el “modelo rentista”, cuando se discuten las opciones de recuperación de la economía. Una brújula económica venezolana que ignore la renta petrolera parece un instrumento poco confiable e impreciso.
El país ha adoptado durante las últimas décadas dos orientaciones -el endeudamiento y la hiperactividad estatal- ajenas a cualquier modelo destinado a darle un uso racional a sus opciones de renta. Además, dado que nunca se aplicó un modelo rentista, la sola sugerencia de tener que abandonarlo resulta absurda. Si se analizan retrospectivamente las opciones de desarrollo de Venezuela en estas últimas dos décadas, es fácil coincidir en que el país hubiera presentado una situación muy distinta a la actual, evidentemente mejor, si nos hubiésemos comportado como verdaderos rentistas. Adoptar un modelo rentista significa darle un uso productivo a la renta, no dedicarse simplemente a disfrutarla sin desplegar esfuerzo alguno. Es un modelo que contiene un elevado contenido moral y ético: implica desarrollar la capacidad del individuo para que, con agradecimiento y humildad se responsabilice de la administración de la renta en pro de las futuras generaciones.
Causas y consecuencias de no haber adoptado el rentismo
Los únicos que pudiesen tener un interés directo en evitar la aplicación de un modelo rentista en Venezuela, son quienes han logrado una participación mayor en el disfrute de una renta que no le corresponde y, por lo tanto, no desean verse sujetos a las exigencias que la aplicación de tal modelo pudiera imponerles. Aun cuando el sector político se destaca en este contexto, no cabe duda de que otros sectores se han beneficiado igualmente. Logra que una parte sustancial de los ingresos venezolanos se desvíe hacia las arcas del fisco, sin necesidad de cobrar impuestos, constituye una dimensión totalmente nueva del concepto de “paraíso fiscal”; en este caso el paraíso del recaudador. Pero, ¿cómo se llegó a esta situación? ¿Cómo se explica que una sociedad le permita a un administrador de fondos invertir sumas fabulosas en su nombre y en proyectos gigantescos (Sidor, por ejemplo), sin exigir informes de resultados trimestrales ni dividendos, sin siquiera inmutarse por el hecho de que una mínima porción de los capitales invertidos podrá ser recuperada en los procesos de privatización? Se puede especular que tan peculiar comportamiento se deba a una combinación de los siguientes factores.
1. La popular tesis de la existencia de un pacto socio histórico, mediante al cual la sociedad le entrego el petróleo a los políticos a cambio de que la dejaran tranquila. De ser esto cierto, el pacto ha sido violado recientemente con la introducción del IVA y los esfuerzos para optimizar la capacidad recaudadora del fisco venezolano.
2. La connotación cultural negativa que se atribuye a la recepción de una renta, cuando se compara con la percepción de una remuneración producto de un esfuerzo físico o intelectual. Esta percepción ha sido hábilmente explotada por quienes, argumentando la necesidad de salvar a la sociedad de caer en un nihilismo gozón, se han ofrecido de forma “sacrificada” para manejar los recursos en su nombre. 
3. El beneficio que percibe la comunidad internacional de un país como Venezuela cuando éste, de manera generosa, le retorna los recursos obtenidos sin sacarles el debido provecho. Hoy no vendemos las perlas o el petróleo a cambio de espejitos, sino a cambio de muchos dólares; pero si esos dólares se utilizan para comprar espejitos, los resultados siguen siendo los mismos.
La consecuencia de no aplicar un modelo rentista en Venezuela es, obviamente, tener que desplegar un esfuerzo constante para ignorar su existencia. De ahí surge una variedad de extrañas teorías, entre las cuales se destacan las siguientes.
“El petróleo no cuenta”
Esta teoría se manifiesta en la creencia de que el valor intrínseco de las divisas recibidas por el petróleo es inferior al valor de las divisas recibidas por las denominadas “exportaciones no tradicionales”. Esto genera confusión entre nuestros socios comerciales: se les acusa de mantener un superávit comercial, aun cuando importan bienes de Venezuela por una cantidad muy superior a la de los bienes que exportan hacia el país. 
“Venezuela es un país con poca presión tributaria”
La tesis de que Venezuela es uno de los países con menor presión tributaria puede sostenerse, solamente, al excluir el ingreso petrolero que recibe el Estado. Las presiones de organismos internacionales, como el Fondo Monetario Internacional, para incrementar el flujo monetario mediante la generación y el pago de impuestos adicionales, a pesar del pobre uso que el Estado le ha dado a los recursos, sólo puede interpretarse como la gestión del puntillero que remata al toro por misericordia.
“El Estado venezolano es paternalista”
Esta tesis es la más extraña. Se refiere a la orientación de los subsidios e inspira, entre los políticos, declaraciones como la siguiente: “ya es hora de que el venezolano aprenda a vivir sin la teta del Estado”. Si se considera la baja rentabilidad de la inversión del Estado y la mala calidad de los servicios, ¿qué decir de los gigantescos subsidios que médicos educadores y demás profesionales le otorgan al Estado, cuando prestan servicios por sueldos que resultan irrisorios al compararlos con el mercado internacional? El subsidio existente va del país al Estado, no del Estado al ciudadano. Por supuesto, no se justifican los “sueldos” que reciben algunos sin trabajar; pero en este caso se trata simplemente de fondos robados, no de subsidios o sueldos pagados. El robo se debe a la desidia de quien se deja robar, generalmente por razones políticas.
“La renta petrolera no tiene costo”
Al no asignársele un costo a la renta petrolera (cuando se habla, por ejemplo, de “renta derivada de medios de producción no producidos”), se ignora el carácter de recurso natural no renovable del petróleo. Así se tiende a justificar el gasto de la totalidad de la renta, sin exigir el más mínimo ahorro o la acumulación de capital, y a ocultar el hecho de que esto equivale a robarle recursos a las generaciones futuras.
Implicaciones de adoptar un modelo rentístico 
Un signo evidente de la adopción de un modelo rentista es que los ciudadanos agradezcan a la providencia la riqueza concebida al país. Esto fomenta una obligación de administrar la renta con prudencia y probidad, en pro de las generaciones futuras. De haber existido mayor conciencia del significado ético y social de la renta petrolera, con toda seguridad los venezolanos habrían sido más vigilantes de su administración, de lo que sugiere la historia reciente. En un país donde existe todo tipo de fiestas nacionales, religiosas, gremiales, etc., es notable la ausencia de celebraciones para agradecer la renta petrolera. Este fenómeno debería ser objeto de análisis para un estudio antropológico que, sin duda, arrojaría resultados relevantes. Pero veamos algunas implicaciones más evidentes de adoptar un modelo rentístico.
Humildad y capacidad
Considerando que la generación de la renta es fortuita, pues no está relacionado con cualidades especiales del receptor, es probable que su magnitud exceda la capacidad de aquel para darle un uso productivo. La falta de humildad o el exceso de arrogancia, en cuanto a nuestra capacidad para administrar productivamente la renta, queda patente en la inmensa cantidad de proyectos malogrados y en el hecho de que, además de la renta percibida, se haya adquirido una enorme deuda externa. La aplicación de un modelo rentista, que reconozca el verdadero origen de la renta, propiciaría un mayor cuidado en la determinación de las propias capacidades.
Renta y salarios.
Al aceptar la realidad rentista del país, se entendería fácilmente que el flujo de una renta internacional bien administrada fortalecería en tal grado la moneda nacional que haría imposible sostener una competitividad basada en mano de obra barata. Por consiguiente, tanto el sistema educativo como la política para el fomento industrial y agrícola se verían condicionados a una revisión exhaustiva con miras a asegurar la dedicación del país a actividades de alto valor agregado. Por ejemplo, en el fomento de una industria textil, habría que otorgar mayor prioridad a las actividades de diseño que a las de confección. En el sector agrícola, habría que abandonar todos aquellos esfuerzos típicos de los años ochenta cuando, en la creencia de haber sufrido un empobrecimiento perenne, se estimulaba al país a cultivar manzanas.
Los esfuerzos aupados por organismos internacionales durante los últimos años, para sustituir ventajas económicas sostenibles a largo plazo -energía barata, por ejemplo- por lo que parece ser una estructura salarial de república bananera, es otro ejemplo de cómo el país ha tendido a ignorar la realidad de la renta. Aplicar un modelo rentista no implica per se estimular el ocio. Todo lo contrario. En la etapa educativa de un rentista, hasta el trabajo más insignificante puede considerarse crucial para la formación de una nueva personalidad nacional. La aplicación de tal modelo podría concluir a utilizar la renta para asegurar empleos cónsonos con la condición de rentista. Por ejemplo, contratar centros biotécnicos más importantes del mundo, para que desarrollen una variedad de arroz que rinda un máximo de kilos por hectárea en los campos de Calabozo y Acarigua, sería una inversión compatible con la realidad de un país rentista.
Metas ambiciosas.
Parafraseando un proverbio chino, “… al apuntar a las estrellas, aún si no las alcanzamos, llegaremos más alto que si apuntamos más bajo”. Haber ignorado el potencial que ofrece la renta ha conducido a aplicar este proverbio al revés: fijamos unas metas tan modestas que parecen un insulto a nuestra capacidad y dignidad. En vez de apuntar a un papel de relieve mundial, sea en la conquista del espacio o en cualquier otra actividad de envergadura, nos presentamos ante el mundo con un orgullo mal ubicado y una capacidad más bien artesanal.
Capitales y deudas.
Un modelo que promueve el uso racional de la renta no justifica su gasto total y contiene normalmente una premisa de acumulación de capital (ahorro). Un modelo rentista prohibiría seguramente el endeudamiento del país, inclusive mediante una enmienda constitucional para evitar las tentaciones. En cuanto a los flujos de inversiones extranjeras, si son de largo plazo y contribuyen al desarrollo del país, con toda seguridad serían bienvenidas. En cuanto al capital golondrina, si su transitoriedad resulta negativa hasta para quienes necesitan capital desesperadamente, entonces mucho menos debería necesitarlos el país.
Conclusiones 
El pobre uso dado históricamente a los ingresos petroleros, así como los actuales planes de elevar la producción de petróleo a seis millones de barriles diarios, hacen evidente la urgencia de disponer de un modelo económico razonable. En estos momentos de angustia nacional, cuando la única salida suena demasiado a “fondo monetario, sudor y lágrimas”, debe haber lugar para lanzar un modelo que despierte y aliente esperanzas, que desarrolle criterios de exigencia en cuanto a la calidad de resultados y, por sobre todas las cosas, que enseñe a Venezuela a vivir agradecida, orgullosa y sin pena de una renta administrada responsablemente.
¿De dónde habrá surgido la extraña noción de que ser rentista tiene una connotación peyorativa, cuando toda la humanidad lucha para convertirse en rentista? Lo malo está en ser malos rentistas. Para Venezuela, el petróleo es una bendición y, como tal, debemos permitir que nos bendiga. Si en el pasado nos hemos visto en la necesidad de referirnos a él como el excremento del diablo, por la mala aplicación y administración de la renta conviene recordar que los males no están necesariamente en el excremento sino, en todo caso, en quien los deposita.

PD. Leo en la prensa (El Nacional, 30 de noviembre de 1997) las siguientes declaraciones del ilustre Dr. Arturo Uslar Pietri: “No hemos crecido como país productor de riqueza sino como país rentista. No hay otro problema mayor y más amenazante en el futuro de Venezuela”. Además, el Dr. Uslar advierte que a mediados del siglo próximo que “… el hidrógeno… reemplace el petróleo”. Por supuesto, no dudo de sus nobles intenciones, pero difiero absolutamente de él. El momento no es para abandonar el rentismo sino, todo lo contrario, para exigir la adopción de un modelo rentista exitoso. Una convocatoria para celebrar el Día Nacional del Ingreso Petrolero, que se inicie con una misa para agradecer a la providencia (donde el evangelio sobre la parábola de los talentos sería una apropiada fuente de inspiración para el sermón), que siga con emotivos discursos de nuestros principales líderes (incluido el Dr. Uslar) sobre la responsabilidad moral que significa una renta y que finalice con una estimulante presentación sobre el verdadero potencial del país, tendría un impacto mayor.
Per Kurowski E.
Curso de Gerencia en Finanzas Corporativas (1979), London Business School; Master en Administración (1974), IESA; Economista (1972) Universidad de Lund Suecia.
Socio Director de la empresa Finconsult C.A. 
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