23 de febrero de 1999

Mensaje a mi Presidente

Hace 25 años entré a la Administración Pública, al Fondo de Inversiones de Venezuela, ente que para ese momento estaba en plena gestación. Antes de haber cumplido un mes, antes de haber recibido los muebles de mi oficina, renuncié. La única razón, de lo corto de mi servicio público, fue que se le exigió a mi departamento preparar, en menos de una semana, un estudio que demostrara la factibilidad económica de invertir unos cuantos miles de millones de dólares, en el plan de expansión de Sidor. Con la impulsividad de la juventud, declaré en ese entonces: "¡En una semana eso es imposible!” – “Si el proyecto no resulta y se pierden los recursos, la Nación tendrá derecho a reclamar nuestra responsabilidad y a guindarnos en la plaza Bolívar". Cerré la puerta y nunca más tuve algo que ver con el sector público.
Hoy, con la impulsividad de un padre que, como Usted, está preocupado por el futuro de sus propios hijos y de todos los hijos de Venezuela, me permito alertarle sobre los cantos de sirena destinados a convencerlo de invertir, como Estado, en el sector de la Petroquímica. 
Señor Presidente, la vergüenza colectiva que debemos compartir ante el hecho de que niños en la Venezuela de hoy necesiten limpiar tumbas, cubrirse con periódicos y sean testimonio vivo de nuestra ineptitud como país, en un alto grado se debe, justamente, a la pobre gestión fiduciaria del Estado, gracias al cual se derrocharon los recursos, que por obra y gracias de Dios y del Espíritu Santo le fueron concedidos a Venezuela, en proyectos donde nada tenía que buscar el Estado como empresario, gerente o acreedor.
La exploración y producción del petróleo, en una país con tantas reservas, es un buen negocio, donde lo pongan. La única dificultad de tal negocio reside en evitar la tentación de malgastar parte del generoso margen que se obtiene, en actividades e inversiones innecesarias, que sólo sirven al propósito de satisfacer egos personales de la petrocracia o de generar negocios laterales. Venezuela, con una buena logística de transporte y refinerías adecuadas, que garanticen la calidad de nuestro productos, tiene más que suficiente para competir exitosamente en un mercado de productos genéricos o "commodities", como el petróleo. Cualquiera que observe el mercado se da cuenta, que las cotizaciones se expresan en términos de calidad u origen del producto, por ejemplo “Brent” y nunca en términos de una marca como Shell, Calvin Klein, Citgo, agua Perrier, Mobil o Marlboro. Sólo la Orimulsión, por cuanto es un producto para el cual hay que desarrollar un mercado, presenta un reto gerencial de importancia.
La Petroquímica, por el otro lado, aún cuando se pueda tener la impresión, que por el nombre sea familia cercana al petróleo, de verdad, representa un animal muy distinto. Es una industria sumamente competida, con márgenes muy estrechos y que requiere, para sobrevivir, de toda aquella eficiencia que sólo puede ser desarrollada en "ciertos" ambientes privados, propicios al desarrollo de instintos primitivos, de lucha a cuchillo limpio. En otras palabras, no es una industria a donde enviar burócratas.
La industria petroquímica es sumamente intensiva en capital, lo cual significa que necesita mucho dinero para cada puesto de empleo que genera. Además, la rentabilidad de sus proyectos, dicho hace algunos años hasta por los propios directivos de la industria, es inferior a las tasas de interés que actualmente debe cancelar Venezuela en los mercados internacionales.
Señor Presidente, reconozco y comparto plenamente su angustia sobre la necesidad de reactivar la economía venezolana pero, definitivamente, no creo que la Petroquímica sea la tierra mas fértil para sembrar nuestros recursos petroleros. Considero, que la única cosecha que nos esperaría, de seguir adelante, es la de hacer crecer el árbol de los subsidios requeridos. En este último sentido, hasta el aluminio, sector que por su mal manejo puede requerir de una inmediata privatización, presenta ventajas comparativas más importantes que la Petroquímica.
Lo dicho no significa renunciar al desarrollo de la industria petroquímica de Venezuela. Dentro de sus posibilidades, el Estado debe hacer todo lo que pueda para propiciar, que inversionistas encuentren condiciones para acometer nuevos proyectos. Por cuanto se conoce que el volumen de gas, que actualmente se extrae, puede, a corto plazo, no alcanzar para los proyectos que ya existen, incrementar su producción sería un lógico primer paso. Posteriormente, ofrecer contratos de suministro de gas a precios interesantes, pudiera resultar un incentivo efectivo. Si el proyecto va bien, generará empleos e ingresos vía impuestos. Si no resulta, por lo menos, no dejará una hipoteca que grave el futuro de nuestros hijos. 
Señor Presidente. En la venta de cada irreemplazable barril de petróleo estamos vendiendo una parte del país. Ante Dios y ante las generaciones que nos habrán de seguir, tenemos una clara responsabilidad por el uso de los recursos obtenidos. Ante una duda, sobre lograr dicho objetivo, es preferible dejar el petróleo en el subsuelo. Usar el ingreso del petróleo para educar nuestros hijos es inobjetable. Usarlo para proyectos de petroquímica, sólo puede inspirarse en la pecaminosa arrogancia de considerarnos superiores a todos aquellos compatriotas que, a través de la reciente historia, nos han provisto de tan abundante y abrumadora evidencia de fracaso.