Había una vez un municipio que por razones y consideraciones de naturaleza inexplicable recibía todas las semanas una torta de chocolate, a veces inmensa, a veces no tan grande.
Desde tiempos inmemorables, a cuenta de un "así son las cosas", le tocaba al alcalde repartir la torta, por lo que todo el mundo intuía que para vivirlas bien en el municipio, convenía estar en las buenas con el alcalde; así como todo niño con sueño de grandeza soñaba con ser alcalde, El Repartidor de la Torta de Chocolate.
En aquellas semanas cuando la torta recibida era pequeña y no alcanzaba para mucho más que para la familia y los amigos íntimos del alcalde pues no había mucho alboroto... pero ay la que se armaba cuando la torta venía de grande a inmensa.
Para comenzar, apenas la torta pasase de cierto diámetro, eso significaba que el alcalde se sintiese más importante de lo que de ello cabía en él y reuniese a la ciudadanía todos los días en la plaza para anunciarles sus magníficas estrategias de distribución y a las cuales, todos, interrumpiendo sus labores cotidianas, diligentemente acudían, por si acaso mandaban hacer una lista de ausentes.
Y que discursos más bellos. "Ciudadanos, saben que poseo la capacidad, la sabiduría y la inmensa voluntad de sacrificio necesaria para repartirles esta torta de chocolate para que cada quien reciba justamente lo suyo, el gordo, por gordo, menos y el flaco, por flaco, más. ¿Que les parece?" Y le respondían los ciudadanos "¡Viva, viva nuestro noble Alcalde!".
Además, como a la hora de los resultados lo del reparto jamás resultaba y por cada semana que pasaba había en el municipio más obesos y más raquíticos, no obstante sofisticados mecanismos distributivos tales como "todos quienes se creen flacos pónganse la camisa de este mi color, para así mejor identificarlos"… los ciudadanos tuvieron que abandonar por completo algunas labores de importancia, para dedicarse a la tarea más prioritaria de todas, la de conseguir quien de verdad supiese repartir. En eso transcurrieron décadas tras décadas… no siempre mansas.
Pero, un día, en la plaza, durante una locuacidad del alcalde de turno, a un niño, sin que jamás se sabrá el porqué, se le oyó preguntar "¿Mamá y por qué no se reparte la torta en pedacitos iguales cuando llega y así nos ahorramos todos todo esté fastidio?". Silencio sepulcral... ¿herejía?... la mamá del niño sin encontrar donde esconderse imploraba su "no sé que le pasa, a lo mejor una indigestión, por comer demasiada torta, o una baja de azúcar, por falta de torta… sea lo que sea, les prometo esto no volverá a pasar".
Pero el buen daño ya estaba hecho. La idea de repartir la torta en pedacitos iguales, cada quien su propio alcalde, para luego cada quien negociar con los vecinos lo que le sobrase o le faltase de torta, aun cuando sonaba algo tan prohibitivamente atrevido, quizás hasta amoral, "¿qué dirá el cura?" también sonaba tan deliciosamente atractivo que se le metió bajo la piel a muchos, donde comenzó a germinar.
Por supuesto todos los aspirantes a alcaldes, o a ayudantes de alcaldes, se horrorizaron ante lo ocurrido ya que, sin el derecho a repartir la torta, el ser El Alcalde, o un Ayudante jamás sería lo mismo.
Y no solo los aspirantes andaban preocupados. En las televisoras del municipio hubo reuniones de emergencia. "¿Podrá eso afectar nuestro concurso 'Una cara fresca para la alcaldía'? ¿Quedará obsoleta nuestra programación centrada en el cómo evitar poner la torta repartiendo la torta? ¿Perderemos audiencia, anunciantes? ¿Qué rayos hacemos? ¡Qué confusión!... Así que, por favor, todos, mientras... ¡ni pío sobre lo de ese niño!"
¿Y el niño? Muy bien, cada día peor: "Mamá. ¿Por qué se quejan tanto de este Alcalde, y que dizque ha regalado la torta a otros?… ¿No era suya acaso? ¿Acaso no se la regalamos nosotros primero?
Desde tiempos inmemorables, a cuenta de un "así son las cosas", le tocaba al alcalde repartir la torta, por lo que todo el mundo intuía que para vivirlas bien en el municipio, convenía estar en las buenas con el alcalde; así como todo niño con sueño de grandeza soñaba con ser alcalde, El Repartidor de la Torta de Chocolate.
En aquellas semanas cuando la torta recibida era pequeña y no alcanzaba para mucho más que para la familia y los amigos íntimos del alcalde pues no había mucho alboroto... pero ay la que se armaba cuando la torta venía de grande a inmensa.
Para comenzar, apenas la torta pasase de cierto diámetro, eso significaba que el alcalde se sintiese más importante de lo que de ello cabía en él y reuniese a la ciudadanía todos los días en la plaza para anunciarles sus magníficas estrategias de distribución y a las cuales, todos, interrumpiendo sus labores cotidianas, diligentemente acudían, por si acaso mandaban hacer una lista de ausentes.
Y que discursos más bellos. "Ciudadanos, saben que poseo la capacidad, la sabiduría y la inmensa voluntad de sacrificio necesaria para repartirles esta torta de chocolate para que cada quien reciba justamente lo suyo, el gordo, por gordo, menos y el flaco, por flaco, más. ¿Que les parece?" Y le respondían los ciudadanos "¡Viva, viva nuestro noble Alcalde!".
Además, como a la hora de los resultados lo del reparto jamás resultaba y por cada semana que pasaba había en el municipio más obesos y más raquíticos, no obstante sofisticados mecanismos distributivos tales como "todos quienes se creen flacos pónganse la camisa de este mi color, para así mejor identificarlos"… los ciudadanos tuvieron que abandonar por completo algunas labores de importancia, para dedicarse a la tarea más prioritaria de todas, la de conseguir quien de verdad supiese repartir. En eso transcurrieron décadas tras décadas… no siempre mansas.
Pero, un día, en la plaza, durante una locuacidad del alcalde de turno, a un niño, sin que jamás se sabrá el porqué, se le oyó preguntar "¿Mamá y por qué no se reparte la torta en pedacitos iguales cuando llega y así nos ahorramos todos todo esté fastidio?". Silencio sepulcral... ¿herejía?... la mamá del niño sin encontrar donde esconderse imploraba su "no sé que le pasa, a lo mejor una indigestión, por comer demasiada torta, o una baja de azúcar, por falta de torta… sea lo que sea, les prometo esto no volverá a pasar".
Pero el buen daño ya estaba hecho. La idea de repartir la torta en pedacitos iguales, cada quien su propio alcalde, para luego cada quien negociar con los vecinos lo que le sobrase o le faltase de torta, aun cuando sonaba algo tan prohibitivamente atrevido, quizás hasta amoral, "¿qué dirá el cura?" también sonaba tan deliciosamente atractivo que se le metió bajo la piel a muchos, donde comenzó a germinar.
Por supuesto todos los aspirantes a alcaldes, o a ayudantes de alcaldes, se horrorizaron ante lo ocurrido ya que, sin el derecho a repartir la torta, el ser El Alcalde, o un Ayudante jamás sería lo mismo.
Y no solo los aspirantes andaban preocupados. En las televisoras del municipio hubo reuniones de emergencia. "¿Podrá eso afectar nuestro concurso 'Una cara fresca para la alcaldía'? ¿Quedará obsoleta nuestra programación centrada en el cómo evitar poner la torta repartiendo la torta? ¿Perderemos audiencia, anunciantes? ¿Qué rayos hacemos? ¡Qué confusión!... Así que, por favor, todos, mientras... ¡ni pío sobre lo de ese niño!"
¿Y el niño? Muy bien, cada día peor: "Mamá. ¿Por qué se quejan tanto de este Alcalde, y que dizque ha regalado la torta a otros?… ¿No era suya acaso? ¿Acaso no se la regalamos nosotros primero?