De nuevo Venezuela se enfrenta a la triste realidad que otro ciclo de altos precios petroleros solo le ha permitido a unos elegidos imponerle sus reales ganas, sin dejar nada que razonablemente le compense al país el haber extraído a diario unos cuantos millones de barriles de lo que la Providencia generosamente nos dejó. Si las generaciones venideras nos solicitasen una rendición de cuentas, no tendríamos donde escondernos para ocultar nuestra vergüenza… ¿O será que somos tan sinvergüenzas que ni siquiera conocemos de ese sentimiento?
Albert Einstein, de visitarnos, no tendría que inventar nuevas respuestas para describir lo que nos pasa. Le oigo decir "si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo", lo que para mí solo significa que es hora de dejarnos de creer en el milagro de encontrar alguien capaz de sembrar bien nuestras resultas petroleras o, de darse ese milagro, creer que sea repetitivo, para que los milagrosos no sean seguidos por otros que lo echen todo a perder.
¿Y cómo lograr eso? Einstein respondería "La formulación de un problema, es más importante que su solución". Lamentablemente en nuestra Venezuela ni siquiera discutimos la posibilidad que el resultado promedio de tener a todos los venezolanos responsabilizados cada quien por sus propias resultas petroleras pueda ser superior al resultado de tener todas esas mismas resultas administradas y sembradas por el cacique de turno.
¿Por dónde comenzamos? Einstein dijo: "Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio" y en eso tiene razón. No obstante no queda otro remedio de darle y darle, hasta derrumbarlo, a ese prejuicio, alimentado por quienes buscan ponerle sus manos a nuestras resultas petroleras, según el cual el venezolano es irremediablemente incapaz e irresponsable, a menos que se le someta a un interminable proceso de educación que no prevé un acto de graduación.
Einstein decía "Hay dos formas de ver la vida: una es creer que no existen milagros, la otra es creer que todo es un milagro". Creo en el milagro de poder convertir a nuestra Venezuela en una nación de sembradores en lugar de lo que somos, un país habitado por decepcionados receptores de malas cosechas.
Ya oigo a muchos decir: "¿y qué sabe ese Einstein de los venezolanos como para creerse tener el derecho de venir aquí a darnos consejos?", a lo que Einstein nos replicaría: "¿qué sabe el pez del agua en la que nada toda su vida?".