De un articulista leí: "La comparación con otros países indica que los venezolanos recibimos la gasolina regalada, por lo que sería imperativo aumentar su precio. Sin embargo, no puede justificarse un aumento cuando estamos regalando petróleo y dinero a otros países. Una vez que se suspendan esas dádivas habrá que aumentar gradualmente el precio".
El argumento anterior es demasiado típico nuestro... y una de las razones por las cuales no damos pie con bola en materia de economía o de justicia social.
El hecho que un gobierno sea malvado regalando lo nuestro a extraños, algo que por cierto solo puede hacer por cuanto no le reclamamos lo nuestro, no justifica que algunos de nosotros, los que compramos gasolina, nos apoderemos de un valor que pertenece a todos. El que Paco te robe no justifica que le robes a José.
El regalar la gasolina significa también emitir señales económicas equívocas que distorsionan la asignación de recursos en la economía real, haciéndola irreal. Y eso ocurre especialmente en un país donde existen excedentes de liquidez que presionan sobre la inflación. Explico.
Todos los bolívares que a cuenta del bajo precio de la gasolina permanecen en los bolsillos de sus compradores, siguen disponibles para pagar productos deseados por quienes no compraron gasolina. El pobre, quien necesita un litro de leche, la tendrá que pagar más cara, puesto los compradores de gasolina siguen teniendo sus bolívares, para competir con él por la leche.
Cuando les relato lo de la gasolina en Venezuela a mis amigos extranjeros, socialistas y no socialistas, muchos no me lo creen. Y quienes logro convencer de que es verdad, siempre concluyen en un "pero si eso es criminal". Pues sí, es criminal, como igual de criminal es que un crimen de esa naturaleza, desde hace años, no forme parte del debate político.
Y como igual de criminal es subsidiar el turismo a países extranjeros con dólares preferenciales, mientras que el turismo nacional es castigado con la inseguridad y con políticas que tienen más que ver con satisfacer los egos de ministros, que con necesidades de la industria. El turismo, justamente por ser una de las actividades que mayor significancia económica podría tener en Venezuela, es una de la que más sufre por más atraer la atención de metiches burócratas de tercera categoría.
Otro articulista, después de analizar el endeudamiento del país, la inflación, la falta de inversión extranjera y lo de "La revolución de la lutita amenaza a los países exportadores de petróleo con extracción tradicional", refleja otro de nuestros típicos mareos intelectuales al concluir: "o volvemos al paradigma de la apertura petrolera o no habrá nada que hacer con el inconmensurable crudo pesado que descansa bajo el subsuelo. Hay que dejar el rentismo y la dependencia petrolera".
¡No! Si queremos liberarnos de la dependencia petrolera, no hay porqué regalarle el petróleo a nadie, vía unas aperturas mal negociadas. Mejor es dejar el petróleo bajo tierra, en la espera de venezolanos que merezcan extraerlo.
Y si no queremos liberarnos de la dependencia petrolera, puede que para extraer el petróleo sí tengamos que recurrir a una apertura, esperemos una inteligente. Pero igual el problema del qué hacer con la "renta", o sea con las resultas petroleras, persiste. O mantenemos nuestro modelo de extracción de rentas, ése en el cual los ciudadanos deben chuparle las medias a los caciques y petrócratas de turno, o nos las repartimos.