A finales de 1980, un petróleo óptimo, el Arabian Light, se cotizaba a US$ 36 por barril. A fines de 1998 su precio había bajado a US$ 12.20, que expresado en dólares de 1980, sólo equivale a US$ 6.50, representando apenas un 18% de su valor para 1980. Lo anterior evidenciaba que cualquiera que haya sido la estrategia usada por la OPEP para defender el petróleo, la misma estaba equivocada.
Tan desastrosa era la situación, que para fines de 1998 las únicas alternativas que ante la opinión pública se planteaban como válidas eran o la de un violento incremento en la capacidad productiva o simplemente la venta o privatización de todo aquello.
El limitarse a aumentar la capacidad productiva lanzaría al país por el triste andar histórico de las demás materias primas y recursos naturales no renovables, en donde las aspiraciones, a la fuerza, han tenido que resignarse con recibir la contribución marginal, que resulta de tener unos costos de producción inferiores a los demás productores. ¡Qué tristeza para un país, que ha sido bendecido con un recurso como el petróleo, el tener que adoptar un modelo que, al final del día, nos lleva a venderlo a su costo variable de producción! Algo semejante a recibir un valioso legado familiar y venderlo apenas por lo que cuesta envolverlo y transportarlo a su comprador.
De igual forma, con la privatización del petróleo estaríamos renunciando para siempre a toda posibilidad de negociación geopolítica, ya que lo único que obtendríamos, como regalito de salida, sería solucionar la crisis existencial de toda aquella generación de venezolanos, que desde hace 20 años no logran decidir entre irse o quedarse y viven como en limbo en la zona del duty free del aeropuerto internacional.
Cuando entonces, por razones muy conocidas (aún cuando no tan reconocidas), la OPEP ha recibido un segundo aire, sería una maldad no desearle de todo corazón, que lo aproveche para transformarse en una organización capaz de enfrentar los nuevos retos, ya que de no hacerlo, el oxígeno actual seguramente sería su último aire. Es por ello que me he permitido compartir con ustedes lo que, en vista de las actuales circunstancias, constituiría la OPEP que yo quiero.
La OPEP que yo quiero, logra ganarse la total confianza de todos sus miembros, a fin de poder concentrar en ella, en un sólo bloque, todos los recursos necesarios para defender de verdad el petróleo, los cuales, obviamente van mucho más allá del tradicional rol de simplemente cerrar o abrir el chorro.
La OPEP que yo quiero, al observar cómo los países consumidores se han apoderado del valor del petróleo incrementando los impuestos, como entre muchos fue el caso de Inglaterra, que aumentó los impuestos a la gasolina de un 85% en 1980 a un 456% ad valorem en 1998; reconoce con modestia la habilidad de sus enemigos y no oculta el hecho de haber perdido una batalla, sino que, por el contrario, se prepara para ganar la guerra.
La OPEP que yo quiero, forma a los 100 mejores ambientalistas del mundo para asegurarse así de que, aún cuando se comparta la convicción y la responsabilidad del mundo por el futuro de nuestra frágil tierra, los costos de su defensa no recaigan injustamente sobre el petróleo y que los argumentos ambientalistas no sean usados para otros fines inconfesables e hipócritas.
La OPEP que yo quiero, forma a los 100 mejores expertos en materia de comercio internacional para que ayuden a evitar medidas, como los subsidios directos al carbón y los impuestos, que al gravar sólo a los derivados del petróleo y no las demás fuentes energéticas, son descaradamente discriminatorios y por lo tanto prohibidos por las normas de la Organización Mundial del Comercio.
La OPEP que yo quiero, forma a los 1000 mejores científicos para que en sus propios y mejores laboratorios estudien, desde nuevos usos para el petróleo, a fin de alcanzar una menor contaminación o un mayor valor agregado, hasta energías alternas a ser utilizadas en el futuro.
La OPEP que yo quiero, no acepta reconocer los derechos de marcas, patentes y propiedad intelectual que, cual magia sacada de un sombrero, generan fuentes de renta para los países dueños de estos derechos, que de por sí son renovables; mientras que simultáneamente se le asigna un trato discriminatorio a los ingresos que se obtienen por la liquidación de un recurso natural no renovable, como lo es el petróleo.
La OPEP que yo quiero, simplemente no permite que una empresa se apodere de una importante porción del valor del petróleo, por haber formulado un aditivo que (supuestamente) permite una gasolina menos contaminante, sobre la base de un proceso dudosamente patentado.
La OPEP que yo quiero, forma a los mejores asesores de imagen y mercadeo para evitar que la opinión pública mundial continuamente reciba información distorsionada sobre la OPEP y sus miembros.
La OPEP que yo quiero, posee el mejor equipo de diplomáticos y negociadores, que le aseguren una adecuada representación en todos los foros mundiales.
La OPEP que yo quiero, no permite que el gas u otros elementos energéticos, que no cuentan con el apoyo de una OPEP para su valorización, se introduzcan, como caballos de Troya, a competir contra el petróleo.
La OPEP que yo quiero, sabe que aparte del petróleo cuenta con otros recursos para defenderse. La sola sumatoria de su capacidad adquisitiva internacional permite asomar la posibilidad de lograr un trato mejor, al imponer un arancel común especial a todos aquéllos que apliquen tratamientos discriminatorios al petróleo.
La OPEP que yo quiero, no se encuentra conformada por funcionarios que creen que su objetivo es sólo cumplir con una cómoda gestión burocrática – sino por soldados que conocen y aceptan estar en una misión, que para el bienestar de sus pueblos, no dista mucho de ser santa.
La OPEP que yo quiero, sabe que es un cero a la izquierda si no es capaz de aglutinar el sólido apoyo de sus miembros y ante nada, de los ciudadanos de sus países miembros.
Los ciudadanos de los países de la OPEP que yo quiero, saben que aún cuando su felicidad y bienestar no dependa del petróleo, si depende en mucho del saber y querer defender lo suyo.
En la OPEP que yo quiero, todos elevan oraciones a su respectivo Dios, para que los ayude a aprovechar la Cumbre en Caracas.
Publicado en El Universal, Caracas, 24 de Agosto 2000